Desde el otro lado del mundo
Capítulo I
Cada vez que
Venus aparecía en el cielo Tobías sentía un deseo profundo de que sus
zapatillas se transformen en propulsores para volar hasta el otro lado de las
montañas. Era un soñador nato y de niño pasaba horas imaginando cómo sería del
otro lado del planeta, el punto exacto donde él estaba parado.
Cuando iba a la
escuela usaba los planisferios que le pedían las maestras y hacía una marca en
las coordenadas de su casa. Después juntaba los extremos de la hoja y pinchaba
esa intersección con un punzón hasta traspasar el papel y encontrar su punto
gemelo en la otra mitad del globo.

En esa pequeña
isla estaba la casa de Amanda, una niña entre cientos de habitantes que no
soportaba el olor a pescado constante que salía de los puertos. Tal era su
rechazo, que una tarde después de la escuela tomó un helado de dulce de leche y
vomitó descompuesta por el aroma que invadió su nariz. Sintió tanta repulsión
que se prometió recorrer los continentes hasta encontrar otro lugar paradisíaco
donde vivir en armonía, sin soportar el asqueo cotidiano por el comercio de
mar.
Del otro lado
del planeta, Tobías elaboraba un mapa de ruta con el que recorrería el mundo
hasta llegar a las coordenadas de su pieza en el extremo opuesto del globo. En
ese tiempo programó también los pasos de su vida hasta tener la autonomía
suficiente para emprender rumbo.
Primero tenía
que terminar la escuela e ir a la universidad a estudiar Idiomas. Con ese
entrenamiento académico podría comunicarse fácilmente con los nativos de cada
lugar, trabajar y recopilar historias para contarle a su descendencia
engendrada quizás, en algún país africano.
Su búsqueda
sería lenta y cualitativa, nada tradicional. Viajaría desde América Latina
hasta África en barco y recorrería Asia antes de llegar a Oceanía. Se
vincularía con las culturas que atraviesen el globo y recopilaría docenas de
fotos con personajes extraños.
Capítulo II
Amanda estaba
casi acostumbrada al olor de los puertos que se impregnaba en las calles del
pueblo. Aprendió a convivir con él y durante su adolescencia planeó los
detalles del viaje para escaparse de ahí. Eligió cada destino estratégicamente
e hizo una lista de los hospedajes. Ella también quería recopilar historias
para contarle a su familia cósmica en un regreso de futuro lejano.
Para sobrevivir
en el mundo dedicó sus estudios a la especialización culinaria, maridajes y
cocina típica. Tenía la certeza absoluta de que conquistaría cada lugar al que
arribara con los platos interculturales que idearía durante el viaje.
Estaba asombrada
con tanta proyección. Después de interminables laberintos mentales para
resolver los próximos años, comprendió que el presente es el futuro y que si en
esa contemporaneidad sus días eran alegres y de aventuras, el futuro no tendría
más que seguir la misma huella.
Antes de partir
lo primero que guardó en su mochila fue un cuaderno de tapa dura y varias
lapiceras. Le siguieron algunos libros y la cámara de fotos. Tenía unos pocos
cientos de dólares y toda la vía láctea de su imaginación. Pero su capital más
importante lo llevaba bajo la piel y era la claridad inextirpable de sus
pensamientos.
Con su ruta
mental partió desde el Aeropuerto de Auckland hasta Sydney. Recorrió Indonesia,
Tailandia, Nepal; Pakistan; Kuwait y Egipto en un viaje de tres años, siete
meses y veinte días. Un mes más tarde aterrizó en la República de Chad ubicada
en el centro de África; el país más pobre y corrupto del mundo. Allí se disparó
su espíritu humanitario y una conmoción profunda se le clavó en el pecho.
Aunque no podía cambiar la historia del lugar, podría derramar su amor de
universo y suavizar al entorno cercano. Con ese objetivo detuvo su viaje y en
el mapa de su vida nació una nueva misión.
Capítulo III
Mientras tanto
en el otro lado del planeta un muchacho hermoso se recibía de Traductor de
Idiomas con especialización en inglés. También dominaba el alemán, japonés y
portugués. Era despojado y su capital lo encabezaban algunos ahorros sobrados
de la vida universitaria y un tanque lleno de entusiasmo para arrebatarse
contra el mundo.
Con la valija
llena de bermudas y expectativas, emprendió viaje a Buenos Aires para pisar
Ezeiza y empezar el viaje de su vida. El primer vuelo aterrizó en Bolivia y de
allí siguió a Brasil impulsado por sus fantasías de cuerpos cariocas y
caipiriñas en la costa del mar. El próximo destino estaba mediado por
kilómetros y kilómetros de mar Atlántico. Su plan era subirse a un navío para
hacerse de los oficios de la vida en las aguas y experimentar los peligros más
extremos. Además de ser un joven multilingue era un excelente nadador.
Tras dos meses y
medio de naufragio desembarcó en las costas de Senegal al noroeste del continente
africano. Allí permaneció un mes hasta que se adaptó a las comidas del lugar y
aprendió a convivir con el clima en sus peores días. Su camino continuaría con
el paso por el centro del país para llegar a Arabia Saudita, hacer base en la
República de Chad, cruzar a la India y arribar a Malasia.
Tobías todavía
no lo sabía pero como todo plan que teje el cosmos, el destino de sus aventuras
ya estaba escrito. Por eso las paredes repletas de artículos sobre el mundo y
los planisferios con punzones marcados, no fueron simple casualidad. Ni
siquiera fue voluntad independiente de un adolescente soñador obnubilado con el
cielo.
Lo mismo pasó
con Amanda, la niña fascinada con su hábitat pero asqueada con el aroma los
puertos. Su deseo de partir era un llamado fuerte y constante; una voz etérea
que le pedía recorrer el mundo para volverse plena.
Capítulo IV
Los planes de
Tobías no continuaron como los imaginó y su viaje se detuvo en el centro de
África, en la República de Chad. Allí sintió el llamado de la compasión cuando
sumergido en esa realidad, entendió que no fue casualidad desembarcar ahí. El
contexto se volvió parte suya y la punción de hacer algo por el mundo hizo
renacer su espíritu.
Con ese impulso
se alistó en un grupo de voluntariado social en el que hacía talleres y labores
de sensibilización en comunidades cercanas. Al mismo tiempo Amanda era integrante
de la cocina del voluntariado y una creativa en la elaboración de platos con
porotos y arroz. Ella venía de Tasmania en su recorrida por el mundo y al igual
que Tobías, cuando pisó suelo chadiense necesitó quedarse para compartir su
voluntad.
Cuando Tobías se
enteró que ella venía del punto exacto del otro lado del planeta, su conciencia
se iluminó y comprendió todo. Entendió que la necesidad de quedarse en Chad no
fue más que el latido de su corazón que hacía eco con otro que latía cercano y
venía de lejos para encontrarse con él.
Cuando Amanda
conoció esa historia descubrió la red invisible que atraviesa el universo
unirse en el medio del planeta para los
dos. Así comprendió que nunca fue el olor a pescado ni su curiosidad por
conocer el mundo lo que la hizo partir de Tasmania. Fue un llamado de amor no decodificado que
repicaba del otro lado del mundo lo que la impulsó a viajar.
Cuando sus almas
se unieron en carne un cielo de estrellas violetas explotó. La fuerza más
poderosa del cosmos juntó los extremos del planeta para resurgir al Sabio de
las Nueve Lunas y derramar en los humanos el mensaje de los maestros: “EL AMOR SIEMPRE GANA, porque es el impulso
más noble del universo y su eterna voluntad”.
Bienaventurados sean quienes crucen los
mares y vuelen los continentes. Aquellos que se enfrenten a las hogueras de la
ignorancia y se atrevan a escuchar los latidos de su corazón, fuente de la
verdadera fuerza.
Cuento de cumpleaños para F.B.
Con amor, Juli.
hermoso me encanto!
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