Desde el otro lado del mundo

Capítulo I
Cada vez que Venus aparecía en el cielo Tobías sentía un deseo profundo de que sus zapatillas se transformen en propulsores para volar hasta el otro lado de las montañas. Era un soñador nato y de niño pasaba horas imaginando cómo sería del otro lado del planeta, el punto exacto donde él estaba parado.

Cuando iba a la escuela usaba los planisferios que le pedían las maestras y hacía una marca en las coordenadas de su casa. Después juntaba los extremos de la hoja y pinchaba esa intersección con un punzón hasta traspasar el papel y encontrar su punto gemelo en la otra mitad del globo.

Vivía en el norte argentino y encontraba ese lugar en un archipiélago de origen volcánico que hace miles de años estaba unido a Oceanía. Se llamaba Tasmania y recibía frecuentemente peregrinaciones de científicos y amantes de la naturaleza que buscaban las excentricidades de su vegetación. Allí sus pobladores vivían del turismo, la exportación de frutas tropicales y de la pesca.

En esa pequeña isla estaba la casa de Amanda, una niña entre cientos de habitantes que no soportaba el olor a pescado constante que salía de los puertos. Tal era su rechazo, que una tarde después de la escuela tomó un helado de dulce de leche y vomitó descompuesta por el aroma que invadió su nariz. Sintió tanta repulsión que se prometió recorrer los continentes hasta encontrar otro lugar paradisíaco donde vivir en armonía, sin soportar el asqueo cotidiano por el comercio de mar.

Del otro lado del planeta, Tobías elaboraba un mapa de ruta con el que recorrería el mundo hasta llegar a las coordenadas de su pieza en el extremo opuesto del globo. En ese tiempo programó también los pasos de su vida hasta tener la autonomía suficiente para emprender rumbo.

Primero tenía que terminar la escuela e ir a la universidad a estudiar Idiomas. Con ese entrenamiento académico podría comunicarse fácilmente con los nativos de cada lugar, trabajar y recopilar historias para contarle a su descendencia engendrada quizás, en algún país africano.

Su búsqueda sería lenta y cualitativa, nada tradicional. Viajaría desde América Latina hasta África en barco y recorrería Asia antes de llegar a Oceanía. Se vincularía con las culturas que atraviesen el globo y recopilaría docenas de fotos con personajes extraños.

Capítulo II
Amanda estaba casi acostumbrada al olor de los puertos que se impregnaba en las calles del pueblo. Aprendió a convivir con él y durante su adolescencia planeó los detalles del viaje para escaparse de ahí. Eligió cada destino estratégicamente e hizo una lista de los hospedajes. Ella también quería recopilar historias para contarle a su familia cósmica en un regreso de futuro lejano.

Para sobrevivir en el mundo dedicó sus estudios a la especialización culinaria, maridajes y cocina típica. Tenía la certeza absoluta de que conquistaría cada lugar al que arribara con los platos interculturales que idearía durante el viaje.

Estaba asombrada con tanta proyección. Después de interminables laberintos mentales para resolver los próximos años, comprendió que el presente es el futuro y que si en esa contemporaneidad sus días eran alegres y de aventuras, el futuro no tendría más que seguir la misma huella.

Antes de partir lo primero que guardó en su mochila fue un cuaderno de tapa dura y varias lapiceras. Le siguieron algunos libros y la cámara de fotos. Tenía unos pocos cientos de dólares y toda la vía láctea de su imaginación. Pero su capital más importante lo llevaba bajo la piel y era la claridad inextirpable de sus pensamientos.

Con su ruta mental partió desde el Aeropuerto de Auckland hasta Sydney. Recorrió Indonesia, Tailandia, Nepal; Pakistan; Kuwait y Egipto en un viaje de tres años, siete meses y veinte días. Un mes más tarde aterrizó en la República de Chad ubicada en el centro de África; el país más pobre y corrupto del mundo. Allí se disparó su espíritu humanitario y una conmoción profunda se le clavó en el pecho. Aunque no podía cambiar la historia del lugar, podría derramar su amor de universo y suavizar al entorno cercano. Con ese objetivo detuvo su viaje y en el mapa de su vida nació una nueva misión.

Capítulo III
Mientras tanto en el otro lado del planeta un muchacho hermoso se recibía de Traductor de Idiomas con especialización en inglés. También dominaba el alemán, japonés y portugués. Era despojado y su capital lo encabezaban algunos ahorros sobrados de la vida universitaria y un tanque lleno de entusiasmo para arrebatarse contra el mundo.

Con la valija llena de bermudas y expectativas, emprendió viaje a Buenos Aires para pisar Ezeiza y empezar el viaje de su vida. El primer vuelo aterrizó en Bolivia y de allí siguió a Brasil impulsado por sus fantasías de cuerpos cariocas y caipiriñas en la costa del mar. El próximo destino estaba mediado por kilómetros y kilómetros de mar Atlántico. Su plan era subirse a un navío para hacerse de los oficios de la vida en las aguas y experimentar los peligros más extremos. Además de ser un joven multilingue era un excelente nadador.

Tras dos meses y medio de naufragio desembarcó en las costas de Senegal al noroeste del continente africano. Allí permaneció un mes hasta que se adaptó a las comidas del lugar y aprendió a convivir con el clima en sus peores días. Su camino continuaría con el paso por el centro del país para llegar a Arabia Saudita, hacer base en la República de Chad, cruzar a la India y arribar a Malasia.

Tobías todavía no lo sabía pero como todo plan que teje el cosmos, el destino de sus aventuras ya estaba escrito. Por eso las paredes repletas de artículos sobre el mundo y los planisferios con punzones marcados, no fueron simple casualidad. Ni siquiera fue voluntad independiente de un adolescente soñador obnubilado con el cielo.

Lo mismo pasó con Amanda, la niña fascinada con su hábitat pero asqueada con el aroma los puertos. Su deseo de partir era un llamado fuerte y constante; una voz etérea que le pedía recorrer el mundo para volverse plena.

Capítulo IV
Los planes de Tobías no continuaron como los imaginó y su viaje se detuvo en el centro de África, en la República de Chad. Allí sintió el llamado de la compasión cuando sumergido en esa realidad, entendió que no fue casualidad desembarcar ahí. El contexto se volvió parte suya y la punción de hacer algo por el mundo hizo renacer su espíritu.

Con ese impulso se alistó en un grupo de voluntariado social en el que hacía talleres y labores de sensibilización en comunidades cercanas. Al mismo tiempo Amanda era integrante de la cocina del voluntariado y una creativa en la elaboración de platos con porotos y arroz. Ella venía de Tasmania en su recorrida por el mundo y al igual que Tobías, cuando pisó suelo chadiense necesitó quedarse para compartir su voluntad.

Cuando Tobías se enteró que ella venía del punto exacto del otro lado del planeta, su conciencia se iluminó y comprendió todo. Entendió que la necesidad de quedarse en Chad no fue más que el latido de su corazón que hacía eco con otro que latía cercano y venía de lejos para encontrarse con él.

Cuando Amanda conoció esa historia descubrió la red invisible que atraviesa el universo unirse en el medio del planeta para los  dos. Así comprendió que nunca fue el olor a pescado ni su curiosidad por conocer el mundo lo que la hizo partir de Tasmania.  Fue un llamado de amor no decodificado que repicaba del otro lado del mundo lo que la impulsó a viajar.

Cuando sus almas se unieron en carne un cielo de estrellas violetas explotó. La fuerza más poderosa del cosmos juntó los extremos del planeta para resurgir al Sabio de las Nueve Lunas y derramar en los humanos el mensaje de los maestros: “EL AMOR SIEMPRE GANA, porque es el impulso más noble del universo y su eterna voluntad”.

Bienaventurados sean quienes crucen los mares y vuelen los continentes. Aquellos que se enfrenten a las hogueras de la ignorancia y se atrevan a escuchar los latidos de su corazón, fuente de la verdadera fuerza.

Cuento de cumpleaños para F.B.
Con amor, Juli.


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