Te conozco de otra vida
Cuento de feliz cumpleaños
Hacía
décadas su estirpe era parte de un conflicto de lanzas, flechas y catapultas
para defender y extender los límites de su territorio. Era hija del gran Sapor
II y su reina Esther Bendahan, gobernantes del Imperio Sasánida de Persia en el
año 363.
Se llamaba Aridaí, que en el occidente significa “bello
amanecer” y era la tercera princesa del reino; la del medio entre dos hermanos.
Se caracterizaba por su personalidad intensa y desaprensiva. Era indiferente y
amorosa por igual. Adoraba el color azul y cuando caminaba al aire libre se
mezclaba con el cielo.
Su padre era una potencia enorme. Durante años ocupó el
trono y construyó una fortaleza de diversidad. Tan inmensos fueron los
territorios conquistados, que sus fronteras se recordaron por la heterogeneidad
de costumbres y culturas que hubo en ellas; formas de vidas constantemente
diferentes e imposibles de unificar. El imperio sasánido del rey de Persia, fue
la esencia de cada pueblo en la pluralidad que erigió su fuerza.
Al otro lado de la frontera Giordano comandaba un grupo de
soldados. Era un líder carismático que había desviado sus dotes de simpatía
hacia la carne lastimada. Era apasionado y su corazón se excitaba fácil. Vivía
con el don del amor en apertura absoluta, ese era su regalo del universo. Se
vestía de blanco y era uno de los grandes fieles de Constantino, rey de Roma;
su representante jerárquico y la figura en su ausencia.
Romanos y persas eran extremadamente fuertes. Además de
sus capacidades para robarse vidas y sacarse tierras, competían a la par en
fortaleza de idiosincrasia y temperamento.
Cuando por orden de Roma, Giordano llegó a las puertas de
Sapor II, más de 400 hombres secundaban su cabeza. Él lo esperó con el
caleidoscopio de su imperio y 600 armaduras tras sus puertas. Y lo más
importante, con una hija que no estaba destinada a ningún trono y que era el
lago en su propio cielo.
Arrepentido por las muertes que cargaba en su espalda, como
parte de las negociaciones se la ofreció a Giordano. Ella se presentó enfundada
en un vestido de gasas azules y su pelo espeso y brillante suelto hasta la
cintura. Ese encuentro fue el
minuto cero de una historia de duraría vidas enteras. Poco tiempo entre los dos
alcanzó para que cada uno se diera cuenta.
La unión se pactó para un futuro cercano, cuando él
concluyera las diligencias de su rey. Ella prometió aguardar su regreso y
transitar con paciencia el interludio. Faltaba cumplir una última petición de
Constantino antes de buscar la paz.
Giordano tenía que dirigir a sus hombres hasta Cartago,
otra de las ciudades rivales del poderío romano. Allí tendría que recoger los
dotes para el rey y sumarla a su imperio. Bajo esa misión, partió con la palabra
del regreso y el deseo de volver con Aridaí.
El calor y la humedad con los que se encontraron al
llegar, expulsó a los hombres al aire libre en busca de templanza para su
agobio. El río Indo fue el lugar cercano donde pudieron refrescarse. Y la flora
tupida que lo rodeaba era también el hogar de docenas de especies de insectos.
Allí un mosquito mordió a Giordano. Pareció indefenso,
solo una gran roncha roja y una picazón intensa en la zona afectada. Esa noche,
una serie de alucinaciones empezaron a colarse entre sus sueños. Era la fiebre
que le atacaba el cuerpo.
Los días siguientes se sucedieron entre picos de
temperatura y escalofríos que no lo dejaron en paz. Giordano enfermó de
gravedad; el virus del Tifus se alojó dentro suyo. Le quedó sólo tiempo sin
esperanza antes de que su llama termine de apagarse.
Esa noche, Aridaí despertó llorando en la mitad de la
luna. Había prometido aguardar con paciencia el regreso, pero la angustia de la
espera quebrantó su juramento. Dentro de ella sabía que él no volvería y la
ambigüedad entre creer en su palabra y seguir su instinto, hicieron de su
propia mente un campo de guerra.
Nunca se encontraron ni contrajeron matrimonio. Tampoco se
dijeron las cosas que cada uno sintió. Y no llegaron a hacer el amor más que en
su imaginación.
Desde aquel 363, sus almas vagaron por muchos cuerpos y
jugaron a enamorarse entre otras tribus. En el medio se cruzaron sin verse y
vivieron en lugares cercanos sin hacer próxima la posibilidad de un nuevo
encuentro. En sus recuerdos fueron necesarios dos mil años para cicatrizar el
dolor de lo inconcluso y la angustia por la espera de no llegar.
Hacia 1980 decidieron nacer en la tierra y en esta vida
volver a encontrarse. La memoria de sus almas y el deseo de amarse fue más
fuerte que los veinte siglos de distancia. Y los supuestos imposibles se
vencieron desde el día en que él la recordó y salió a buscarla.
Giordano y Aridaí eligieron esta época para completar su
plan. La evolución de sus almas no podía consumarse sin estar juntos y la sed
verdadera que los corrió durante este presente, pudo calmarse sólo con el beso
que les devolvió los recuerdos. Cuando sus labios se juntaron la herida sanó y
el vínculo renació tan fuerte, que sus almas se hicieron luz derramada. Esa
noche, sobre el cielo que los cubrió durante su encuentro, nació la estrella que
hoy acompaña a la luna cuando está llena.
Hasta la brevedad!
Juli Biurrún
Juli Biurrún
Que suerte que tienen esos dos! me hace acordar a mi relación, a mi conexión con el mundo utópico, mi hermosa historia de amor que realmente pareciera que es la llegada de una carrera de varias vidas.
ResponderEliminar;)
looooove u!
Muy linda historia. De prosa atrapante, con un ritmo e inminencia que no podés dejar de leerla. Me gustó mucho.
ResponderEliminarSaludos Juliana
(PD: Celebro haber encontrado tu blog)