Sobre la muerte

La concepción lineal del tiempo y el binomio de cielo e infierno promulgados por la invasión del monoteísmo en la cultura occidental, ha impregnado a la sociedad con miedo y rechazo inherente a la muerte. La resistencia frente al acontecimiento más natural de la vida y su interpretación como un hecho dramático e injusto, genera la idea inconsciente e ilusoria de la inmortalidad del cuerpo y la posiciona frente a la visión identificada con la carne, como un fallo o error de la danza divina. Pocas veces se piensa en que lo mejor que le puede ocurrir al cuerpo, a veces gastado y adolorido, es morir para continuar el viaje. 

La cultura occidental nos ha educado en el egoísmo y en el apego a lo efímero y finito, porque la resistencia a la muerte radica también en la tristeza del que se queda por el apego al que se va, considerando la partida como un viaje hacia la nada, hacia el cielo o el infierno. Pero, ¿acaso existe la nada? La sola idea de intentar concebirla genera la aparición de un concepto y la desaparición de la presunta nada. Tal “nada” es inexistente porque existe un sustrato sobre el que se sostienen todas las ideas, de lo contrario, ¿cómo podrían las mismas ser concebidas?

Sigamos, ¿cielo o infierno? ¿qué es esta dualidad represiva que siembra la semilla del miedo a la muerte por el temor de ir a un infierno eterno y coloca sobre nosotros la idea de un dios castigador que nos enviará a una eternidad cualificada según nuestras acciones? ¿Acaso no existe la “rectificación del alma”, los procesos de purificación, el boomerang kármico que trasciende los tiempos, los espacios intermedios o, simplemente, el volver a empezar? Aun así, es en estas ideas donde encontramos la raíz del miedo, de su no aceptación como parte de la vida, y del no reconocimiento de la vida como una preparación para el gran momento de la muerte, la gran maestra que nos impulsa a la acción, pues nos acerca a la contemplación constante sobre la finitud de todo.

Sin duda los grandes sufrimientos modernos son por falta de aceptación del paso del tiempo, del envejecimiento y la enfermedad, del fin de las cosas, del apego al no cambio, de la resistencia a lo inevitable. Nadie quiere morir, nadie quiere soltar, nadie quiere aceptar que nada es para siempre en el plano dual y que, por lo tanto, nada de lo que vemos con los ojos del cuerpo es real. No falta más que mirar el proceso de envejecimiento de un árbol, de nuestra piel. La constante impermanencia de los ciclos cósmicos. La muerte como la vida misma.

Mueren los pensamientos que surgen del estado latente del vacío y, como en el proceso biológico, se manifiestan, crecen y nos identifican, se trasforman y mueren cuando cambiamos de opinión, cuando damos saltos cuánticos y renacemos a nuevas visiones de nosotros mismos y la vida. Todo muere y renace constantemente. Los pensamientos como la vida, la gestación como la muerte, el proceso interior como el proceso exterior. Círculo, ¿dónde comienza? El inicio no existe sin el final. Se funden en un presente continuo que reposa en el sustrato inafectado.

Punto y aparte. El ordenador acaba de lanzar un error y se apagó automáticamente. Se ha perdido la mitad del texto y he de volver a empezar. Una muestra sarcástica sobre cómo todo muere.

Envejece la tecnología y la muerte de los valores de la sociedad tradicional acerca de preservar las cosas sin caer en el consumismo constante y la generación permanente de basura tecnológica, se hace presente. Todo viene hecho para morir pronto. El obituario ya tiene su fecha escrita. Se reinicia el ciclo. La muerte como la vida misma.

Muere la piel y las cortezas, mueren las células y las expectativas cuando los días dan giros inesperados. Mueren miles de microorganismos cada vez que respiramos. La vida está impregnada de muerte. Cada siete años mueren 20 billones de células de nuestro cuerpo, todo se regenera. Todo es impermanente en la dualidad, todo es cenizas a nuestro alrededor. Todo es irreal porque todo cambia y termina. Este es el argumento más contundente sobre la ilusión que es el mundo. ¿Cómo podría ser real aquello que ya es cenizas? ¿qué es entonces lo único real? Aquello que no cambia, que siempre Es. El hilo conductor que nos sostiene vida tras vida, oculto tras el velo de la ignorancia y la confusión que nos lleva a pensar que lo percibido es lo constante.   

Que la maestra muerte nos de sabiduría y discernimiento
que nos lleve a contemplar la finitud
para incendiar así
el fuego de la visión interior
que nos permita ver las cenizas en todo
y así revelar 
la eternidad siempre dichosa que las sostiene,
que nos sostiene.

Con amor y respeto.
Atmajyoti.

 

 

 

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