Viajar hacia dentro


Es necesario que trascendamos el concepto de si las cosas están bien o están mal. Cortar con la emisión de juicios de valor y traspasarlos. Vivir, pensar y sentir la vida desde una perspectiva más sutil y empáticamente permeable. Tener la obsesión en el recuerdo permanente de que lo real ésta más allá de este dancing que conocemos, juego cósmico de candidez energética moviéndose.

El binomio del principio es incompleto (esa cualidad nunca llenará el tarro). Si la armonía individual es la libertad que da el amor propio, la armonía social podría pensarse en la apertura de aceptación a la infinita cantidad de variables que entrecruzan las situaciones. Descartamos de este postulado con innecesaria aclaración, a psicopatologías agresivas y todas las enfermedades mentales derivadas de ahí.

Con punto de partida en la convicción filosófica y espiritual de que todo lo concerniente a lo relativo, es una sucesión de reacciones derivadas de pensamientos, acciones y acarreos de vidas, es que nociones como lo correcto o incorrecto, lo bueno o lo malo, descubren las limitaciones de su rigidez al reconocer su identificación con la finitud siempre transformable. Conceptos constantemente adheridos a la perspectiva, cohesionados con el color de la personalización.

¿Cómo podría establecerse un valor fijo sobre el cambio permanente? Simplemente no se puede. Asegurar lo contrario sería un pase libre a la filiación constante y en consecuencia, a la expectativa seguida de sufrimiento porque, inevitablemente, a la expectativa siempre le seguirá el dolor. Tremenda ingenuidad sería pensar o creer que las personas actuarán como uno mismo lo haría. Los procederes no son encasillables, son meramente una concatenación de historias traducidas en acciones y reacciones subjetivadas en el estado mental al momento de quien las reciba.

Entonces, como alternativa y elevación, introduzcamos la espiritualidad en la vida cotidiana para que, con atracción fatal, se hagan inseparables. De esta fusión no habrá vuelta atrás ni cuesta abajo, solo un dichoso camino que desaparecerá al final del recorrido, reconocimiento que podría ocurrir en este mismo instante.

Pensemos en lo que nos hace bien como sociedad con punto de partida en las propias plantas de los pies. Y no desde una perspectiva egoica, sino desde la sincera convicción de que para “salvar el mundo”, tenemos que salvar primero al corazón y la mente de sus propias mugres.

Busquemos lo justo desde la observación externa y desidentificada que trascienda las formas del amor y el dolor. Desde el punto de fuga que oculto y a la vista, se camufla en ilusión finita y terminable, inconsciencia que suelta al caminante en el bosque y lo deja girando alrededor del mismo pino y en igual dirección.

Este juego, ¿para qué? Para aprender de una vez por todas a ver la esencia impregnada en el contorno, integración de historia y dementes mentes divagantes, que se trenzan en periodos y espacios que desaparecen el presente; instante que queda oculto en la ventisca del movimiento por debajo imperturbable y siempre fijo, siendo eje y silencio de sonido en random, que eterno late, aunque por fuera sean bombas las que suenen en el cielo.




Juliana Biurrun

(10 de marzo de 2018)

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