Una mañana

Un dolor agudo te atraviesa el vientre. Tu estómago se contrae y en un espasmo involuntario une tus rodillas con el pecho. Tomás forma de bicho bolita mientras sentís como los filamentos se destruyen. Tu estómago se estira y en tu pecho se dibuja un mapa de mil venas. Las piernas que te acompañan se tiñen tintas y su circulación está espesa como una ruta congestionada. El bajovientre se desgarra. ¿Acaso lo que duele son las entrañas? El ceño se frunce, los ojos lloran y la piel se moja como excitada. El calor frío te invade y sus gotas heladas se deslizan por los surcos de tu cuello. Solamente querés volver a la cama pero tenés que ir a trabajar. El octavo día solo existe para Dios.


Juliana Biurrún

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