Sobrevivir el plantón
Diarios de viaje III
Los viajes se revalorizan en las
aventuras. Y las aventuras, por supuesto, están ligadas a situaciones extremas.
¿Acaso ya escribí alguna vez sobre el placer de estirar los límites de lo
pensable?
Esta fue otra experiencia que
puso a prueba la tolerancia en la adversidad y la capacidad de soportar la
hostilidad en el propio cuerpo. Y vaya sorpresa, son resistentes las células
que cubren nuestra piel.
Eran las 7.30 de la mañana y
estábamos rumbo al distrito mexicano de Palenque, zona conocida por sus
cascadas de paraíso y las ruinas mayas que enaltecen al Rey Pakal y la Reina
Roja. La ruta era suave y sus paredes selváticas inundaban de humedad y aire
fresco el camino.
De repente nos topamos con un
cúmulo de autos que no podían avanzar porque en la bifurcada entre destinos, un
“plantón” de camionetas y vecinos interrumpía el paso. Esto que conocemos como
“piquete” en Argentina, se repite en Latinoamérica impulsado en todos lados por
el mismo estímulo: Reclamar por promesas incumplidas y trasladar la carencia a
la repercusión cotidiana.
Los autores del hecho eran
pobladores de la zona que se manifestaban por el mejoramiento de nueve
kilómetros de ruta. Era un pedido reiterado que había sido silenciado tiempo
atrás por dinero puesto en manos de sus propios voceros según dicen. “Los
gobernantes entregan plata a los dirigentes y con eso los hacen callar y
calmarse un tiempo; pero no solucionan nada, los problemas persisten y al
tiempo vuelven a reflotar”, nos contó Ángel, un arquitecto mexicano con quien
entablamos amistad por aquellas tierras.
Las horas pasaron y acumularon
kilómetros de autos, camionetas y camiones de alimentos varados una ruta de
contexto selvático. La sombra empezó a desaparecer y el asfalto a volverse
brasa. Nadie estaba preparado para soportar el plantón y no había agua para
beber. Paulatinamente las caras empezaron a mostrar sufrimiento y los ojos a
caer de desesperación. Las pieles de color tostado natural comenzaron a
enrojecerse y las gotas de transpiración grandes como perlas de collar
fantasía, a suicidarse por los brazos, cuellos y manos.
La situación se volvió tan
insoportable que los transportistas emprendieron a vender jugos que trasladaban
para la entrega en comercios. La gente exhausta se acostaba debajo de los
vehículos más grandes y se escondía entre la vegetación de alrededor para
cubrirse del sol. Allí la temperatura es realmente agresiva y a los casi 50
grados que suelen haber, se le suma la humedad constante que potencia la
adversidad del clima. No en vano le llaman “la época de la canícula” a un
periodo cercano al día de esta historia.
Así alcanzamos las seis horas de
espera en un estado que no daba tregua. Pero la naturaleza de supervivencia que
apadrina el instinto nos llenó de fuerza para transformar la situación y pasar
el rato lo mejor posible. Interactuamos y nos llenamos de información
enriquecedora sobre la realidad del país. Conocimos personajes de los que
todavía escucho el tono de su voz cuando los recuerdo. Incorporamos lenguaje
nativo para las anécdotas y conocimos una vez más y por suerte, el lado b que
se vive en la clase turista, más no en el turismo empaquetado.
“Sacar belleza de este caos es
virtud” y sin dudas hoy, “el infierno está encantador”.
Juliana Biurrún
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