Sanar a sí mismo
Somos una pirámide que va de
lo denso a lo sutil. Desde lo físico a lo espiritual mediado por la mente, la
bisagra recolectora que a través del análisis y la atención, nos permite
enfocarnos en las bases que guían la conciencia. Cuando alguna de las partes se
desequilibra surge la llamada enfermedad; en términos más precisos, la
mismísima falta de salud.
Por derrame los sentimientos desencontrados del amor y envueltos en perjuicios de inseguridad en todos sus matices, densifican el brillo natural que acompaña al ser. Esas ideas etéreas se trasladan a la mente como conceptos que se instalan en sus hemisferios y de a poco despliegan raíces secas que se extienden por todo el cuerpo.
Esta bolsa de carne con la que caminamos todos los días, es la matriz natural donde confluyen los
Pero somos capaces de revertirlo si percibimos la magnitud de lo que podemos hacer y tenemos fe en el poder de los pensamientos. Si comprendemos que en nuestra mente, cuerpo y espíritu solo se plasman los mensajes que emitimos hacia nosotros mismos a partir del discernimiento, la elección y el enfoque de la atención. Por decantación, somos enteramente el resultado de nuestro equilibrio o contradicción.
Para curarnos necesitamos cosas básicas, ser sabios como los perros cuando están enfermos y se quedan en reposo absoluto para enviar toda su energía a la curación del cuerpo. Para eso necesitamos cumplir los caprichos alimenticios en dosis reducidas. Regalarnos muchas horas de sueño y descanso sin culpas, todas las que nuestras partes necesiten. Transpirar para evaporar bacterias y crear un ambiente hostil contra los virus en proceso de reproducción. Recibir y emitir amor, sentir con optimismo a la sanidad enraizarse en las extremidades. Activar una “farmacia mental” como la llama mi suegro y mandarla por encomienda sanguínea a la parte afectada.
También es importante apelar a la imaginación para visualizarnos envueltos en verde de salud y violeta de trasmutación, cambio y purificación. Activar la alegría emocional para que las millones y millones de células que nos componen, reaviven su júbilo y estimulen más rápido la curación. Asimismo perdonarlas por enfermarse y quitarnos horas de salud plena. Y una vez más el perdón se convierte en la base y el amor en su motor. Porque con rencores no se puede sanar, avanzar ni vivir el presente completo, el único de los tiempos que verdaderamente importa.
Suena
extraño pero funciona. Y de eso puedo dar fe.
Juliana
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