Epifanía de un quiebre

El cielo estaba húmedo y las cuatro AM pisaban el reloj. Una bruma de nube caía sobre el predio y la luna medio llena iluminaba las piedras mojadas. Como un lobo en el paisaje una revelación profunda se paró en frente y una revolución filosófica se instaló en mí. Fue un instante expansivo en el que comprendí que uno de los destinos de la humanidad es evolucionar hacia vínculos más profundos no mediados por la forma. Que el sentido del desarrollo de la conciencia radica en salir de la carne para sentir más allá del cuerpo y así honrar al alma que somos viviendo una experiencia terrenal. Cuando eso ocurre la epifanía refulge tan fuerte fuera de lo aprendido, que las perspectivas se reducen al sentir del cuerpo amorfo y sutil. Desde allí, las miradas no se manifiestan en las apatías ni los velos de limitación, sino que traspasan la costra para acariciar la sangre que corre por debajo. Así, comprendí que al vincularse desde la no forma emerge una inspiración...