Esas cosas que, impulsivamente, una escribe II
¿En qué momento la gente se
olvida de las complejidades ajenas y el rebote del silencio?
Todos los corazones en
determinado momento de sus historias personales laten aturdidos. Nadie que
practique la empatía permanecería indiferente a las palpitaciones que acaricien
su recuerdo. Tremenda ignorancia la de quien pierde la cortesía del respeto.
Silencio y hachazo del vacío que transmite. Violencia. Y el desconcierto, la
materialización del potencial.
Eso se vuelve círculo, se repite
en acción y reacción. Karma. Se habitúa en estilo cultural de vinculación, con
vos y con vos, con uno mismo, con el entorno. Y poco a poco, de la falsa
diplomacia surge la irritable cordialidad política que no discrimina partido ni
situación social entre dos o más participantes. Se legitima la violencia del
silencio cuando es necesario el ruido, la indiferencia en la acción cuando hay
comunicación no exacerbada. Como si alguna virtud privada dotara de inmunidad
al escarmiento, no por el aprendizaje, sino por la esencia obtusa que le impide
entrar.
Los arañazos se contagian en
contacto con la piel acorazada y ese contagio, humedece de sangre a las manos
que se acercan, que no tocan. En previo pensamiento son alejadas, empujadas al
vacío con una línea nueva cavada en la cutícula, diminuta y profunda. Aguda.
Demasiadas cicatrices atestiguan esas manos. Aunque a simple vista no se vean,
ya no se quieren acercar.
Juliana Dolores Biurrun
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